viernes, 31 de julio de 2015

lunes, 13 de octubre de 2014

Primera página

Hoy no puedo darte las buenas noches, por primera vez en más de nueve meses. 
Me ha dado por pensar en todas las veces que no te las di porque estaba enfadada, esperándote, ocupada, corriendo, estudiando, dudando, torturándome, como siempre, al fin y al cabo. 
Me he puesto a llorar, como cada noche de esta semana, pero no sé llorar esos mares que con sus mareas traen a la luna, así que sigo sola.
Hoy no puedo decirte que te quiero. Y es curioso porque, aunque siempre ha sido una puta locura, es ahora, después de nueve meses, cuando quererte se ha convertido en un auténtico disparate. 

Esta noche ya no puedo quererte. No quiero quererte. No puedo querer quererte. No quiero poder quererte. Pero sobretodo te echo de menos. 

Echo de menos tu risa de cuando te haces el enfadado, echo de menos tu manera de mirarme, como lo hacías cuando creías que podríamos comernos el mundo. Cuando querías que apuntara en una libreta todos los besos que te debía para que no se nos escapara ni uno. 
¿Qué voy a hacer ahora con ellos , si ni siquiera sé qué voy a hacer conmigo? 

Esta noche no puedo pedirte que me abraces, no puedo dormir para soñar contigo y contártelo a las tres y veinte. 

Hoy ya no puedo darte las buenas noches, pero seguiré esperando tus buenos días. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

A por ello.


Se me ha olvidado cómo se empiezan las cosas. Las personas suelen tener problemas para acabarlas, pero yo veo los finales mucho más sencillos que los principios. Los hay decepcionantes y poco brillantes, pero qué más da. Nunca gustan. Profesores, alumnos, padres, letrados, abogados, barrenderos y camareras más simpáticas que guapas repiten y repetirán que este o aquel final estropeó  esta o aquella historia, ‘’no me gustó el final’’, ‘’al final le falta algo’’, una y otra vez.

Si la historia ha sido buena siempre quieren más, y si ha sido mala… bueno, supongo que esperan algo así como un milagro, un giro que, de repente, lo arregle todo. No lo entiendo.
Tampoco es que sepa cómo acabará este texto, al igual que no entiendo por qué ha empezado.  Pero no importa. Yo detesto los principios y las mitades tanto como los niños detestan irse temprano a la cama, que visto así, también es una clase de final que disgusta.

Y hablando de niños, me ha venido a la cabeza una vez. Punto. Una de tantas veces en las que intenté crear un principio.

El caso es que no tendría ni once años y era por la mañana. Estábamos en clase yo, mis libros y mi compañero de pupitre, que no lo era por casualidad. Lo cierto es que –por razones que debían ser evidentes pero que ahora se me escapan totalmente de las manos- estaba loca por aquel crío, y un mes antes de este día que ha irrumpido salvajemente en mi memoria, mi profesora había preguntado en clase quién estaba dispuesto a sentarse con él. Evidentemente, yo había alzado mi brazo con todo el disimulo del mundo (no)y él había asentido haciéndolo oficial: nos sentaríamos juntos todo el curso. Maldita la hora.
Como decía, un mes después de este momento, decidí dar un paso. Un paso muy inocente.
Necesitaba borrar y la goma más cercana era la suya, que estaba casualmente en el lado de su mesa que más lejos me quedaba. Y fue por eso que se me ocurrió que debido a la posición estratégica de su brazo en relación a la goma, podría cogerla y acariciarle la mano (como quien no quiere la cosa). 

No sé cómo, por qué, ni de dónde salió esa pizca de descaro que nada tenía que ver con quien era yo por aquel entonces.  Pero lo hice. Vaya si lo hice.

-        -   ¿Qué haces?

-        -   Coger la goma.
Respondí con toda la tranquilidad del mundo, y él no debió darle mayor importancia. Durante esa clase y las dos siguientes no escuché nada que no fuera mi propia voz gritando lo idiota que había sido.

Malditos principios.

Un año más tarde empezó a salir con una chica.  La chavala en cuestión no era fea, ni guapa. No vestía bien, ni mal. Y no se lavaba mucho el pelo, ni demasiado poco. Era nueva y solo destacaba por esto y por ser interesante. Bueno. Interesante.
Con el tiempo me di cuenta de que solo podía despertar el interés de mentes más que simples. Entonces regalé mi lápiz y empecé a utilizar bolígrafos. Me había cansado de borrar. Pero eso ya es otra historia.

Y este es el final de la mía o de la suya, que poco tiene que ver conmigo. ¿Decepcionante? 

Mmm, no me gusta este final. Creo que le falta algo.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

...y otras mentiras.

¡Y no lo entiende! ¡No lo entiende y calla!  Y silenciosamente se pregunta si alguna vez será  prioridad. 
Y piensa, ¿por qué iba a ser esta vez diferente?, y ya son seis, y nada encaja. Y se plantea si alguna vez la querrán tal y como es, sin mentir ni sustituirla. Y ya van seis, y todos duelen. 

Porque todos dicen querer a una chica sencilla, con la sonrisa presente y la mirada limpia de cosméticos. Que sepa hacer reír y no le importe jugar a la pelota. 
A una chica con criterio y personalidad, que no regale su culo en una discoteca, que esté a la altura sin tacones, que prefiera una carta a una joya, que sea bonita y no lo sepa. 

¿Pero en serio? Veo a una chica maravillosa apartar la vista de las parejas, suspirar en los abrazos y arquear, sincera, las cejas. 
La observo cada día hacer feliz a todos cuanto la rodean, caminar entre quien la odia con la cabeza en alto  y sonreír a quien la detesta.
Y se leen en su mirada la amistad y la fiereza. 
La miro, y no es tan distinta, y sé que nadie escribiría una canción romanticomercial sobre ella, que baja las escaleras despacio, rozando sus dedos en la barandilla. 
La escucho opinar, y gritar, y cantar canciones antiguas que ya nadie escucha. La oigo suspirar cuando no consigo leer nada en sus ojos, y la imagino llorar, llorar sin sollozos.
¡Y jamás la verás triste o rendida! A la que me hace un guiño cuando me observa observarla, y entorna los ojos hacia arriba. 

¿Dónde estáis, ilustres caballeros, que buscáis a la dama sencilla?
¿Dónde está, mientras tanto, esa chica? 
¡La vi ayer, escribiendo desamores!, a la del pelo desordenado, la mirada pulcra y las uñas mordidas. 
Y la vi hace un año, ilusionada al leer las mentiras que decís al describir a la mujer de vuestra vida.

¿Y dónde está el que me cuide?, escribe. Y yo no me atrevo a explicarle que ella es mis días.


lunes, 24 de septiembre de 2012

Quien conoce los secretos que guardas bajo llave.


No, no puedo. Aunque tenga encima la mitad del sueño del universo no puedo dormir en esta cama. Entre estas sábanas de nadie, con olor a detergente caro e industrial. Ni sobre esta almohada, así sea de la viscoelástica más cara y el latex mas preciado, nada de esto me dará la seguridad  de escuchar bajo mi oreja tus latidos.
Tan lejos estoy de ti, y de mi casa (si acaso no sois lo mismo) que si estuvieses a mi lado igual de lejos estaríamos. 

Ni la luz encendida ni el ruido sordo de la nevera hacen grata compañía y pienso en quien rehará mañana esta cama tan grande, si se compadecerá al ver arrugada solo mi  esquina y saber que esta noche he vuelto a dormir sola.
Me encojo y me siento pequeña y pensando me sonrío, porque me doy cuenta de que hace unos años creía saber cuidarme sola. 
Además he dejado el maquillaje en mis ojos porque sé que nunca lloro, que no quedarán las manchas negras de la tristeza en esta tela pulcra.
A mi alrededor todo está asquerosamente en orden, ¿en qué te conviertes, pequeña? Tengo cerca el reloj que me despertará medianamente temprano para que pueda subir a desayunar tostadas. Le voy  a exigir al recepcionista los buenos días.
Frente al espejo me he cepillado y recogido el pelo con mucha calma, haciendo tiempo por si llamabas. ¿Pero qué sentido tendría entonces este texto? 
Y pienso que en todo este maldito lugar debe haber alguien al que también le falte algo y le sobre espacio.

Una sonrisa, casi por obligación, cuando vuelvo a cerrar los ojos sin poder descansar. 

‘’Esas dos toallas junto a la ducha deben ser cosa del karma’’.

domingo, 5 de agosto de 2012

Que las tres de la madrugada, no son horas.

Me he dado cuenta de lo dificil que es querer y ser querido del mismo modo.
Puede haber amor, y amor correspondido y no funcionar, pueden quererte más de lo que quieres que te quieran, o menos, o diferente.
Y claro, esto es un poco como ofrecer pan a quien se muere de sed. Como palomitas de maiz con mostaza, como decir: tengo frío  y obtener una manta en vez de un abrazo, un poco triste, para qué engañarnos.

Y he pensado mucho esto, no creais lo contrario, y de un resbalón he caido en la cuenta de cuánta gente me ha querido sin yo saberlo, sin saber(me) querer, que no es tan dificil.
Analfabetismo sentimental.

Hay quien quiere con miedo, y cuando todo marcha se asusta, reniega, huye y casi sentencia a pares o nones sus sentimientos.
Hay quien quiere ser querido, y corre, y sufre si va despacio, y se confunde porque quiere hacer de un amor pequeño un amor inmenso, que nunca existe.

Y él... bueno, hay quien quiere, y sin querer quererlo evitar, hace daño.
Yo que jamás crei en esta forma de amor intentaré explicarlo.
Lo llamaremos querer, querer con egoísmo.

Es Agosto en el hemisferio que habito y las playas se llenan de niños con sus redecillas y sus migajas de pan.
Imaginemos el caso del niño que atrapa un pececillo, y lo ve un logro, lo ve grandioso, sencillo, bonito. Y por haberlo conseguido, lo cree suyo.
Y el pez es feliz con su comida y su agua templada tirando a mediofría.  Puede que este solo, pero se conforma con la mirada tierna del niño que se siente dueño... esto no es muy propio de los peces, no?
Bueno, el caso es que llega la hora de partir sin beso y sin flor, y el niño decide llevarse a casa al pez, que morirá si no salta a tiempo, de hambre, de calor, de frío o lo que es peor, de soledad.

Pero el niño no pretende eso, se convence de que sabrá cuidarlo ahora que lo tiene, no quiere darle libertad por miedo a perderlo porque al fin y al cabo siente que no puede desprenderse. Y eso es querer, es un amor egoísta pero es amor, no?

Y bueno, me perdonais la incorrección, la mediocridad, la ausencia de recursos e incluso acentos y puntuación adecuada, la incoherencia ocasional y la poca sutileza de las metáforas porque después de meses sin darle a la pluma y escribiendo desde una tablet no se puede pedir mucho más.

Ah, y sobretodo porque las tres de la mañana... no son horas.

domingo, 18 de marzo de 2012

A mis cinco... a mis quince.

Me acuerdo de cuando era pequeña y lloraba porque me daba un golpe, o me sangraba (por vez infinita) la rodilla izquierda.
Recuerdo que me parecía que no había dolor más intenso que el que tenía, y de como lo sentía eterno e incurable. Entonces aparecía mi madre y me curaba. Me curaba el peor dolor cuando me abrazaba y me decía: tranquila, ya se te pasa, ¡pero si no es nada! Y mira que yo sabía bien que sí lo era, porque sangraba mucho y no me dejaban mirarla.
Y así, poco a poco, mi respiración entrecortada por el llanto se normalizaba. Y después el dolor físico. Desinfectaba la herida con tanto cuidado como podía y soplaba las pompitas que se hacían por el agua oxigenada. Me quejaba y entonces mi padre me quitaba el pelo de la cara y me decía: tranquila, que ahora se te pasa, ya está terminando, no es nada. Me secaba las lágrimas y en el pañuelo arrastraba más tierra que agua, cosas de la infancia.
Después la tapaban y me acostaban con la pierna estirada. Pero me dolía y volvía a llorar, así que se tumbaban conmigo y me hacían cosquillas mientras me decían que no me riese o se me saldrían por ahí las tripas, y así hasta que al final me quedaba dormida.
Después de algunos días me destapaban la herida, y como para ese entonces ya no me acordaba de aquel inmenso dolor, se me olvidaba y me caía. Y volvía a llorar...

Ahora las cosas no son tan distintas. Sigo llorando, como dice Rayden, con menos lágrimas pero con más dolor tras la fachada. Y tampoco he aprendido a recordar el dolor, a gastar cuidado en vez de ir a tropezones por la vida. Mis heridas son distintas, pero no han dejado de doler, al igual que mi madre no ha dejado de intentar sanarlas.
De los churretes de mi cara no queda más que el recuerdo. Ahora el llanto (con suerte) dibuja del negro rímel de mis pestañas mis pómulos, volviendo a  dejarme marcada. Como diciendo "lo habéis conseguido, le habéis hecho daño"
Lo pienso y no se me ocurre mayor diferencia que la cura a mi pena, pues los "tranquila, no es nada, no es nada...ya se te pasa"  han perdido su magia.
Porque hay cosas que, simplemente, no se pasan.