sábado, 12 de noviembre de 2011

Tiempo para reflexionar.



Intentar hacer como si no existiesen o no darles más vueltas. Y lo conseguimos, puedes dejar de lado tus propios problemas pero ten claro que, antes o después, volverán.
Quizá la aparición de un nuevo rompecabezas traiga consigo los restos de todos los puzles que dejaste a medias. O una palabra despreciativa de cualquiera debilite hasta la expiración tu aparente seguridad y te conviertas de nuevo en un ser débil que desconfía del resto porque, no a falta de motivos, se siente juzgado.                                                                                                                
El desencadenante puede ser aún más simple; una canción, una mirada, un suceso que te produzca un déjà-vu, un gesto... Siempre vuelven y para entonces no hay tregua concebible.

Y ya puedes probarlo todo, pero subir el volumen de la música hasta que te duelan hasta las antenas del caracol del oído izquierdo no conseguirá sepultar lo que se cuece en tu cabeza. Y aquí viene la primera y más básica de las cosas que deberíamos hacer; encontrar tiempo para pensar. Pensar en tu entorno y, para callar tu ego-conciencia, un poco en el resto del mundo.                                                                                                                                        Recuerda que nadie es quién para juzgarte así que me limitaré a mencionar aquellas cosas que, considero, justifican sobradamente el esfuerzo invertido en ellas.

Merece la pena apagar en móvil y pensar en qué es de ti y tu felicidad; madrugar para ver amanecer o dormir fuera para observar las estrellas. Salvar cualquier distancia merece la pena si al otro lado te espera alguien que te ama con locura; incluso llorar en una despedida tiene su valor si esto demuestra lo mucho que vas a echarle de menos.
Pasar una hora de pie, entre gritos de padres pseudo-adultos merece la pena si es para ver a tu sobrino jugar el primer partido de la liga pre-benjamines. Independientemente de si pierden o ganan con siete de diferencia.    
Tal vez solo ha sido un dia raro y mañana todo esto me importe tanto como que en este instante está germinando una semilla en algún rincón del mundo, pero sé que tengo que organizar mis prioridades y partiré de una certeza: Querer merece la pena. Pese al daño y a la limitación del amor en el tiempo. Solamente por lo que con cerrar los ojos podemos imaginar cuando amamos y por esa sensación de ingravidez, amigo mío, ¿quién no sabe volar entonces?

Especialmente hoy soy consciente de la importancia del aprendizaje para la VIDA propiamente dicha, ya sabes, ese conjunto de experiencias a lo largo de un puñado inestable y terriblemente finito de minutos, porque esta misma noche un libro me ha enseñado que en la vida hay cuestiones que simplemente merecen la pena.

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